BIENVENIDOS AL BLOG DE NUESTRA PARROQUIA

!Hola a todos! Como veis, nos encontramos ante el nacimiento de algo nuevo. Se trata del blog de nuestra parroquia. San Pablo decía que hay que evangelizar "a tiempo y a destiempo"; este puede ser un buen intrumento para ello. Se trata de acercar la vida de la iglesia en Guadalmez a cada uno de los habitantes de nuestro pueblo, y también de manera especial, a aquellos guadalmiseños que se encuentran fuera. Por ello, os pido a todos vuestra colaboración para que nuestro blog tenga la riqueza de un lugar donde todos podamos expresar nuestro amor por Jesucristo y por Guadalmez. Agradezco de corazón a Carlos Mora su interés por este proyecto y su diseño.!Animo y adelante! !Que San Sebastián nos bendiga!.

HISTORIA

IN TROIBO AD ALTARE DEI



De cara a los feligreses que habían asistido al acto, el sacerdote pronunció las palabras: Ite, Missa est, idos la misa ha terminado, con las que concluía la primera celebración de la Eucaristía que se llevaba a cabo en el recién levantado templo que los vecinos de la aldea de Guadarmes habían erigido en el mismo centro de la población. Este hecho bien pudiera haberse producido en los últimos años del siglo XIV o primeros del XV, coincidentes con el mismo periodo de gestación de la aldea, y estaríamos hablando de una pequeña y pobre construcción en sintonía con el ambiente urbano en el que se asentaba. Así pues parece ser que desde el mismo momento que fue configurándose la aldea, sus moradores decidieron levantar una Iglesia para atender a sus necesidades espirituales, a la que en determinados días se acercaría un cura de la cercana villa de la Puebla de San Juan de Chillón para ejercer su ministerio, hasta que el Obispo de Córdoba dispusiera enviar un clérigo propio a la Aldea. Pero esta iglesia no alcanzaría la categoría de Parroquia hasta principios del siglo XV, según el criterio del historiador Iluminado Sanz Sancho, quien señala, haciendo referencia a la red parroquial rural del Obispado de Córdoba en torno al año 1275, que “...la comarca de Chillón, tradicional y posteriormente señorial, comprendía el Lugar de Los Palacios de Guadalmez , que en un momento indeterminado, seguramente a principios del siglo XV, alcanzaría entidad poblacional suficiente como para formar una parroquia.”1, y más concretamente, en relación a la parroquia de Los Palacios de Guadalmez, afirma: “Tanto el nombre de la población como el titular de la parroquia denotan un anterior estadio de simple lugar o asentamiento menor que en su desarrollo alcanzó la categoría de parroquia, seguramente en el siglo XV y con los cuidados de los señores de Chillón.”2



La titularidad de la parroquia estaba bajo la advocación de los mártires Fabián y Sebastián, ambos santos considerados abogados contra la peste que durante los años en los que se fue constituyendo la parroquia, asolaron la comarca y el reino cordobés. Así se desprende de los libros guardados en el archivo, y concretamente del libro 2 que da comienzo en 1622: “…De este lugar de los Palacios de Guadalmes y su parroquia de los gloriosos mártires San Fabián y San Sebastián...”. Aunque posteriormente, y a partir de 1706, sólo aparece mencionado como único titular de la parroquia, San Sebastián:“De la parroquia del señor San Sebastián de dicho lugar de los Palacios de Guadalmes...”



Se encontraba encuadrada dentro del Arcedianato de Pedroche, en el Obispado de Córdoba y aparece ya como iglesia individualizada de la de Chillón en los Estatutos de Fresneda, pues en ambas poseían un préstamo los racioneros y compañeros de la catedral. Por su parte, las Constituciones Sinodales del Obispo Alarcón dicen que la fábrica de Chillón pagaba un situado a la de Palacios de Guadalmez, que era aneja suya. Esta parroquia extendía su jurisdicción eclesiástica no sólo a la aldea de Guadalmes sino también a los lugares de Casas de la Zarza y Vega de San Ildefonso.



La Parroquia, del latín “parochia”, y a su vez del griego “paroikia”, viene a significar “los que viven junto a” o “habitan en vecindad” y surgirán como una forma de adaptar la acción de la primitiva comunidad urbana a las zonas rurales recién evangelizadas, aunque con el tiempo se irá convirtiendo en una institución jerárquica donde los fieles de un territorio estarán ligados a un párroco que será quien realice todas las funciones pastorales: bautismo, comunión pascual, confesión anual, bendición del consentimiento conyugal, viático, unción y funerales. Será necesario el consentimiento del Obispo para poder erigir una nueva parroquia, y tras la reforma tridentina de 1563, el pastor, que deberá conocer a sus ovejas, tendrá que residir en el territorio y cuidar del ministerio de la palabra (predicación e instrucción religiosa) y del ministerio de los sacramentos.



Este primitivo templo de finales del siglo XIV, presentaba entorno a 1580 un aspecto ruinoso, a tenor de las declaraciones de los mismos visitadores del Obispado, por lo que la aldea de los Palacios de Guadalmez pedirá la ayuda del Obispo, y éste, viendo la urgente necesidad de construir uno nuevo llamará a su mejor arquitecto, Hernán Ruiz III, que acababa de terminar la bóveda del presbiterio de la Mezquita-Catedral, para que realice los planos de la nueva Iglesia. Este Hernán Ruiz III, era hijo de Hernán Ruiz el Joven, y a su vez, nieto de Hernán Ruiz el Viejo, saga de arquitectos de origen burgalés que se establecerá en Córdoba al ser llamado Hernán Ruiz el Viejo para iniciar las obras de la nueva Catedral dentro de la antigua mezquita califal en 1523. A su nieto se debe la conclusión, junto al arquitecto Juan de Ochoa, de las obras de la Mezquita-Catedral y la remodelación de su antiguo minarete, así como la Puerta del Puente, junto al río Guadalquivir.



Por el trabajo de los planos del nuevo templo, la aldea se compromete a pagarle cinco ducados, tal y como se recoge en una anotación de una visita realizada en agosto de 1585 a la parroquia:



“...pagó a Hernán Ruiz, maestro mayor deste obispado, por la traza que dio para la obra que se ha de fazer nueva en esta Iglesia cinco ducados...”



Las obras debieron comenzar ese mismo año de 1585, y en 1589 aún no habían concluido, aunque en la visita general efectuada a mediados de julio de ese año, el doctor Lope de Ribera nos va a proporcionar una magnífica descripción del nuevo templo:



“... la dicha iglesia está para acabar de edificar, tiene la capilla mayor acabada de bobeda y lazo, y es de una nabe toda la iglesia e un arco atrabeçado por el cuerpo della con otro de la colateral de la capilla, es de madera el techo, ay otros dos arcos, el techo por hazer cubierto con rama e faxina de monte e madera tosca con corteza y otro en blanco, falta otro por hazer para acabar la dicha iglesia y en ella ay buena cantidad de cal e ladrillo, apuntalada la parte de la iglesia bieja con puntales de madera e la iglesia sin solar...”



Como vemos, el edificio diseñado por Hernán Ruiz III, sigue las trazas renacentistas de la época, con una planta basilical de una sola nave, con el coro a los pies, ábside rectangular y cubierta de madera apoyada sobre arcos apuntados de mampostería. Estos arcos presentarán unos contrafuertes muy acusados al exterior, siendo de estructura cilíndrica los dos adosados al ábside. A los pies del edificio, mirando a poniente, se levantará una espadaña típica con cuatro ojos de campanas y un campanil pequeño a modo de remate.



Siguiendo la orientación marcada por la norma general adoptada en la mayoría de iglesias de tradición románica, el ábside se orientará hacia el este, lugar de nacimiento del sol y símbolo de la Resurrección y la Natividad, el coro lo hará hacia el oeste, punto por donde se pone el sol y que la simbología asimila a la Crucifixión y al Juicio Final. En el lateral norte, relacionado con el frío y el Antiguo Testamento, se construirá el cementerio, y en el sur, que se va a identificar con el Nuevo Testamento, se abrirá la puerta principal, llamada generalmente del mediodía.



Ya fuese por la pobreza de los materiales utilizados, la mala realización de las obra o el simple transcurrir de los años, el caso es que la parroquia sufrirá un sinfín de reparaciones y arreglos a lo largo de su dilatada historia. Cincuenta años después de su construcción, en 1639, el templo vuelve a presentar un lamentable aspecto y se van a hacer necesarios diversas obras de reparación por un valor de 178 reales de vellón, justificadas en la siguiente declaración:



“... mas se descargan çiento y setenta y ocho reales que gasto en adereçar la nave de la iglesia y adereçar la capilla y tejados y encalar los caballetes y quatrovientos la cual obra y reparo hizo en virtud de mandamiento y licencia de Don Francisco de Torres que dio estando en visita en dicha villa y que vio la necesidad que tenia de dicho reparo y en esta cantidad entren ocho reales de un palo que se puso de alto abajo en la escalera de la torre y dos reales de la dicha licencia...”



Por orden del Obispo, en el año de 1643 se construye una nueva sacristía adosada a su lateral norte, junto al recinto utilizado como camposanto, y cuyas obras se realizarán a lo largo de 23 días, por un importe de 1.103 reales, de los cuales 287 cobrará el maestro de la obra, 54 reales por el coste de una reja nueva y el resto se gastará en pagar peones, ladrillos, tejas... Esta sacristía se comunicará con el cementerio mediante un vano con arco de medio punto que se practicará en su lateral oeste y en 1648 se construirá adosada a ella un Archivo donde poder guardar los libros y papeles de la parroquia, de las Capellanías y de las diferentes Cofradías. Para ello se emplearán 600 tejas y 800 ladrillos y el desglose de su importe vendrá detallado en la siguiente anotación:



“... ochenta y siete reales y medio que se gastaron en hazer un archivo en la sacristía para las escrituras de censo y fundaciones de capellanías y demas papeles en el maestro y materiales...pongasele en cuenta tres çientos i quarenta y quatro reales que costo entrastejar toda la iglesia y sacristía y en ellos entran los materiales de cal, tierra, peones, maestro pero no la teja...”



Las reparaciones continuarán en 1652, con un coste de 75 reales, en 1655 con 124 reales y en 1658, con el blanqueo de la Iglesia por el maestro albañil Santiago Medina, por un importe total de 448 reales de vellón. En el año de 1662 se hará necesaria la reparación del campanario, lo que originará un gasto de 64 reales, además de colocar una puerta a la sacristía que ascenderá a 15 reales. Pero tras tener el campanario en buenas condiciones, en 1673, se quebrará una de las campanas, lo que obligará al vicario a contratar a un campanero, que se tendrá que trasladar a la aldea para fundir una nueva campana, cobrando por ello 360 reales, de los cuales 150 reales fueron aportados por la Cofradía del Rosario y 100 por la del Santísimo Sacramento. Esta colaboración de las Cofradías en la ornamentación de la Iglesia se hará más patente en la realización del retablo parroquial, obra que costeará íntegramente la Cofradía del Santísimo Sacramento, la más poderosa económicamente. En 1687, Gonzalo Muñoz Bejarano, mayordomo de la Cofradía anota un gato de 780 reales por la construcción de un retablo:



“lo primero da por descargo setecientos y ochenta reales que importo el retablo que se hizo para el altar mayor...”



A esta cantidad hay que sumarle otros 63 reales pagados al año siguiente tras su realización y los 114 que deben desembolsar para pagar a Juan Salado Alamillo, pintor de la villa de Chillón, por el trabajo realizado en su decoración en el año de 1688. Con estos datos proporcionados por las anotaciones de gastos de la Cofradía podemos dilucidar, en líneas generales, las características del mencionado retablo, realizado en madera y dividido en tres calles por columnas y capiteles. Sus paneles debieron contener decoración pictórica con escenas de temática sagrada, realizadas por Juan Salado, y varias hornacinas para alojar las tallas de madera policromada de la virgen del Rosario, San Sebastián y Santiago.



En 1690, Diego Murillo, mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento por aquellos años, contratará a Juan Marías, maestro dorador de la villa de Agudo, para que se encargue de dorar el retablo, en el cual “... ha de poner todo surtimento de oro y materiales de que necesite dicho retablo...” , trabajo que se desarrollará entre el 16 de noviembre de 1690 y el 3 de mayo de 1691 y que supondrá un importe de 950 reales. De ellos, la cantidad de 465 reales serán destinados a la compra del oro:



“...lo primero da por descargo dicho mayordomo quatroçientos y sesenta y cinco reales que dio a el dorador para comprar el oro para dorar el retablo como consta en el recibo de dicho dorador...”



Unos años antes, en 1688 se va a dorar la peana del Santísimo Sacramento, por importe de 48 reales de vellón y se colocará por 6 reales una nueva cerradura al sagrario. Todo este gasto en adornos y ornamentación de la parroquia, parece que vendrá motivado por un mandato del visitador Don Antonio Maldonado tras su paso por la aldea en el año de 1680:



“... vea y reconozca la dicha iglesia y los ornamentos de que necesite la santísima imagen de nuestra señora de los Remedios y el altar mayor de dicha parroquial donde se sirve la cofradía del Santísimo Sacramento unida con la de los Remedios y todo lo que fuere necesario hazer para adorno de dicha ermita y altar mayor parroquial... y especialmente su sagrario de madera dorado pequeño... por estar el que ay de presente muy indecente y maltratado...”



Una vez embellecida la Iglesia, en 1690, la bóveda de la capilla mayor se va a venir abajo, según una anotación en el Libro de Cuentas de la Fábrica de la Iglesia, “...veinte reales de traer arena y tierra para la boveda por que estaba hundida...” , lo que obligará a nuevas restauraciones a lo largo de cuatro días, cifradas en 252 reales, entre los que se incluyen los 70 cobrados por el maestro albañil y los 64 reales de cuatro peones. Obras que continuarán en 1711, bajo la dirección de Francisco Rodríguez, maestro albañil, por un importe de 854 reales y las más contundentes, llevadas a cabo en 1717 por el maestro Juan Lorenzo, con un elevado gasto de 3.264 reales. Tras esta última remodelación, parece que la estructura de la Iglesia afrontará el paso de los años en un estado aceptable, hasta que en 1899 el obispo de Ciudad Real, Don Casimiro Piñero, ordene reconstruir de nuevo la bóveda del presbiterio, pues “se encuentra en estado ruinoso...” .



Respecto a la ornamentación de este templo, y siguiendo el inventario llevado a cabo en 1715 por los vicarios D. Pedro de los Santos y D. Diego López Arcaios , ésta consistía, en primer lugar, en un retablo de madera dorada, sito en el altar Mayor, donde se custodiaba el sagrario y las imágenes en madera tallada y policromada de San Sebastián y San Fabián, como santos titulares de la parroquia. En los altares laterales se veneraba a las imágenes, también en madera policromada, de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la aldea, y de la Virgen de Gracia, adornando un lienzo de San José y otro de un “Ecce Homo”, así como una lámina del “Descendimiento de la Cruz” y otra de “Jesús, María y José” (Sagrada Familia), el resto de capillas. También se situaba en el altar mayor un “tenebrario” o candelero de 13 velas o cirios, un atril de coro, un acetre y su hisopo y una lámpara de azófar, para iluminar el Sagrario, donde se guardaba una custodia y dos copones de plata. Por la nave del templo, y para su iluminación, se repartían doce candeleros pequeños de azófar y diez ciriales de palo, y en ella existían además dos cancelas para confesar, una silla de banqueta negra, una rueda con nueve campanillas y un banco para colocar las hachas de cera. A los pies del coro había una escalera de madera para poder subir al campanario.



Entre los utensilios litúrgicos de más valor, aparte de la custodia y los copones mencionados, la parroquia contaba con dos cálices y dos patenas, una cruz parroquial, dos vinajeras, un incensario y tres vasos para el óleo, todo ello elaborado en plata, siendo el resto de ornamentos de azófar o metal. El ajuar litúrgico se componía también de casullas, frontales de damasco, capas, albas, amitos, cíngulos, manteles para el altar mayor, estolas, manípulos, sobrepellices y varios palios, así como tres atriles con sus misales, un misal pequeño muy antiguo y un manual granadino.



Ya en tiempos más recientes, durante el periodo de la II República, el alcalde del recién constituido municipio de Guadalmez, ordenará el cierre de la Iglesia y su acordonamiento, debido a que su mal estado podría constituir un serio peligro para sus feligreses, por lo que las funciones religiosas se llevarán a cabo en el inmueble nº 9 de la calle de Almadén. Y terminada la Guerra Civil, el templo volverá a ser abierto al público, aunque su situación seguirá siendo alarmante, por lo cual, en el año 1945 se le encargará al arquitecto madrileño Miguel Sánchez Conde la realización de un proyecto de reconstrucción del mismo. Según el análisis de daños evaluado por este arquitecto:



“…los contrafuertes de la fachada del mediodía están destrozados en su base en gran parte, habiendo arrastrado a los arcos y encontrándose en ruinas los de los pies y la parte de cubierta. El torreón del ábside de la parte sur está destrozado en su base. Las dos habitaciones de sacristía tienen su cubierta en ruinas…”



Debido al alto presupuesto presentado por el arquitecto, cifrado en 152.987 pesetas con 15 céntimos, el primitivo proyecto va a sufrir notables modificaciones y recortes, como la construcción de un baptisterio abierto al exterior, a los pies del coro, pero a pesar de ello, esta reconstrucción significará el mayor cambio que sufrirá la Iglesia, desde el proyecto de Hernán Ruiz III de 1585, pasando la nave de los primitivos 19 a 23 metros de longitud y levantándose una nueva espadaña de dos ojos con orientación sur.



Estas obras se iniciarán en 1947, continuándose durante los meses de julio a septiembre de 1949 para llegar hasta su total cubierta, con un presupuesto de mano de obra de 14.300 pesetas, y realizadas en esta primera etapa por Francisco Cabello. La segunda parte, también bajo la dirección de Francisco Cabello, se llevará a cabo durante los mismos meses estivales de 1950, correspondiendo a esa etapa su enlucido interior, la construcción del Coro, la colocación del piso y la terminación de la sacristía, con un presupuesto en mano de obra de 12.600 pesetas. La última fase de las obras, bajo la supervisión de Rafael de la Paz, se corresponde con el año de 1951, en el que se erigirá la torre y se dará término a la Casa Rectoral en su planta alta. El 15 de agosto de 1950 será inaugurada y bendecida la nueva iglesia parroquial, con la asistencia del obispo-prior, doctor Echevarría, y del gobernador civil interiono, D. Evaristo Martín, según relata el diario ABC en su edición del 16 de septiembre de 1950:



“...NUEVO TEMPLO PARROQUIAL EN GUADALMEZ.

Almadén 15.- En la vecina población de Guadalmez ha sido inaugurada y bendecida la iglesia parroquial y su casa rectoral. Asistieron al acto, entre otras autoridades, el obispo prior de las Órdenes Militares, doctor Echevarría, y el gobernador civil interino y presidente de la Diputación, D. Evaristo Martín. De los pueblos cercanos acudieron para asistir a la ceremonia nutridas representaciones...”



Para su ornamentación interior se contó con los donativos de varios vecinos de la localidad y del Obispo-Prior de Ciudad Real que aportó la totalidad de los ornamentos sagrados, un cáliz, un copón y 3.000 pesetas.



Por su parte, la Corporación Municipal adquirió la imagen de Jesús nazareno, pagada mediante un pequeño aumento impuesto a los vecinos en una adjudicación de arroz. También compró las andas de San Sebastián y el reloj de la torre, con un importe de 30.000 pesetas procedentes de la subasta de las partes de tierra del Quinto.



La pila bautismal, en mármol blanco, fue donada por D. Manuel Mendoza Ruiz y el Vía Crucis, D. Fernando Márquez de Prado. La familia Rayo compró la imagen de San José, Estanislá Sánchez, la de la Virgen del Carmen y María la de Marcelo, la del Resucitado. D. Emilio Márquez y señora regalarán la imagen de la Dolorosa, Eugenia Castro la lámpara del presbiterio y D. José Alcaraz y González, la cruz veleta de la torre. La imagen de la Virgen del Rosario se deberá a una donación de Pedro Moreno Quero, la de San Sebastián, a D. Domingo García, la Purísima de Reparado Chamorro, el Corazón de Jesús, de Santiago de la Gama y la de San Isidro Labrador será el pueblo quien la adquiera. La hermosa imagen del Crucificado situada en el Altar Mayor, se debe a un donante desconocido.



El gasto de la construcción de los altares laterales, cinco en total, correrá a cargo de sus correspondientes asociaciones, salvo el de San Antonio, costeado por D. Andrés Moreno, que también donó su imagen, y el altar del Nazareno, abonado por el Ayuntamiento.



Paralelo a la gran proliferación de Cofradías que se experimentó durante los siglos XVI y XVII, habría que encuadrar también el auge que se produjo en la construcción de ermitas, diseminadas por los diferentes términos concejiles y dedicadas a vírgenes y santos, según las características propias de cada una de las poblaciones. Estos pequeños templos, a parte de acercar la religión a los labradores y ganaderos a sus mismos lugares de trabajo, enlazaban con la idealización campestre que se irá formando durante el Renacimiento con el desarrollo de romerías y salidas al campo.



En la pequeña aldea de Los Palacios de Guadalmez, a parte de su templo parroquial, se llegaron a levantar tres ermitas, desaparecidas desgraciadamente en la actualidad, esparcidas a lo largo del camino que de la aldea se dirigía a Chillón. La más antigua de ellas, parece ser que era la dedicada al Señor Santiago, pues ya a finales del siglo XVII se encontraba en ruinas, como lo atestigua una anotación de 1690 en el Libro de Cuentas de la Fábrica de la Iglesia:



“... item se cargan cien reales por los mismos en que se vendió una campana de la hermita del señor Santiago por estar hundida la hermita que la compró el obrero de Chillon...”



Aunque es probable, que incluso antes, la referida ermita ya estuviera abandonada, por lo que se puede deducir de un apunte del año 1655, en el que al enumerar los bienes de la Cofradía del Santísimo Sacramento, aparecen reflejados entre los mismos “...una sabana de Santiago...la lengua de la campana de Santiago...” . Es decir, por aquel año, la campana de la ermita no tenía su lengua ni existía motivación para repararla, situación que bien pudiera dar a entender el total abandono del templo.



Esta ermita se encontraba situada en la Nava, camino de la villa de Chillón, dando nombre con ello a aquel paraje que sería conocido como la Dehesa de Santiago de la Nava, y tras quedar en ruinas, la imagen del santo se trasladó a la Iglesia Parroquial de la aldea. Aparece mencionada por vez primera en las Relaciones de Felipe II del año 1591, junto al resto de ermitas que existían en el señorío de Chillón:



“...hay otras ermitas muy devotas como son San Juan Baptista y Santiago y Santo Elifonso...”



Cada año, el día de su festividad, los vecinos de Los Palacios de Guadalmez realizaban una procesión con la imagen del santo, cuyos gastos ayudaban a costear con las cantidades sobrantes del importe de los 30.000 maravedíes que debían reunir, tras la venta de las hierbas, para el pago del Censo Enfitéutico por las tierras de la Vega de Valdesapos, a tenor de lo narrado en un documento de abril de 1619:



“... En las tierras que nuestro Señor tiene en término del dicho Lugar los cuales dijeron que los bienes los poseen en virtud de un titulo y Escritura de censo perpetuo que dijeron de que pagan a Vuestra Excelencia Treinta mil maravedis de tributo cada año... y que algunos años le sobran doce u trece mil maravedis y estos los distribuyen en las necesidades que se producen en comun y en la procesion que se hace del señor Santiago...”



Otra ermita, cuyo titular era también un santo, fue la dedicada a Santo Domingo de Silos, situada en Puerto Mellado, y por tanto muy cerca de la anterior. Esta no aparece mencionada en las Relaciones Topográficas de Felipe II, por lo que con toda probabilidad, se erigiese a principios del siglo XVII y que en el siglo XIX ya se encontraba en ruinas, según Pascual Madoz, quien asegura que su imagen, de piedra labrada, fue llevada a la parroquia de Chillón.



La tercera de estas ermitas fue la erigida en honor de Nuestra Señora de los Remedios, y por lo tanto de carácter mariano, culto a la Virgen que se vio favorecido durante los siglos XVI y XVII gracias al impulso dado por la Contrarreforma frente a los planteamientos protestantes, potenciando la Iglesia con todas sus fuerzas, la devoción a María. Con la reforma protestante se llegan a cuestionar algunos dogmas relacionados con la Madre de Dios, y no es de extrañar por ello, que el culto a la Virgen María se utilizase como arma contra el protestantismo, ya que los teólogos católicos vieron en la figura de la Virgen a la vencedora de las herejías. El tema mariano aparecerá entonces con profusión en el arte, sirviendo como elemento catequizador de primer orden.



Si bien el lugar exacto que ocupaba la ermita nos es desconocido, por las descripciones y menciones de la misma, éste debía estar situado junto al pueblo, en el camino de El Puerto y pegado al arroyo de la Gavia. Así se desprende de un contrato del año de 1749, que señala:



“... una cerca inmediata a dicho Lugar (Guadalmez) que esta entre cercas por cima de el lindando con el callejoncillo que entra por bajo de la hermita de Nuestra Señora de los Remedios y con las primeras casas que están caidas...”



O en otros dos documentos similares, uno de 1764, y el segundo, cincuenta años más tarde, en 1797, en los que se añade:



“...cruzando desde lo alto del puerto que da vista a Guadalmes y siguiendo el camino que va de este pueblo (Chillón) a aquel Lugar (Guadalmez) que pasa por Nuestra Señora de los Remedios...”



“...bajo de un mismo cerco, este y el que se vende y por otra con callejón que entra de la Virgen y sale a la Dehesa...”



Como ocurriera con la ermita de Santo Domingo de Silos, ésta de Nuestra Señora de los Remedios no aparece tampoco en las Relaciones Topográficas de Felipe II, de finales del siglo XVI, y las primeras referencias escritas que tenemos sobre ella son del 5 de enero de 1655, fecha en la que Pascual Sánchez Romero, mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento y patrono de la ermita, interpone una demanda contra el albacea testamentario de Alonso Gallego, ya difunto, por la apropiación de los bienes de dicha ermita, cuando desempeñó el cargo de patrono de la misma:



“...En el Lugar de Guadarmes jurisdicion de la villa de Chillon en cinco dias del mes de marzo de mill y seis çientos y cinquenta y zinco años ante mi el infraescripto y testigos deste parecieron presente de una parte Pascual Romero patrono de la hermita y fabrica de Nuestra Señora de los Remedios y de la otra Juan Muñoz Piçarroso albacea testamentario de Alonso Gallego difunto, moradores en el dicho Lugar...”



Gracias al referido documento, sabemos que la construcción de la ermita es anterior al año de 1654, es decir, el año en el que Alonso Gallego fue patrono de la misma, y otro dato que vendría a corroborar la existencia de la ermita a principios del siglo XVII, será la necesidad de llevar a cabo una reforma en el templo en el año de 1678, debido al mal estado que por esas fechas presentaba. Las obras emplearon a un maestro albañil y tres peones y supusieron un coste de 266 reales, repartidos de la forma siguiente:



“... çien reales que se le dieron a un albañil por adereçar la hermita de Nuestra Señora de los Remedios.

- más nobenta y un real que se pago a tres peones.

- mas quinçe reales de traer la cal y arena

- mas quarenta y quatro reales que costo la cal

- mas diez y ocho reales de setenta y dos tejas...”



Si analizamos los materiales utilizados en la reconstrucción, se podría tener una idea de cómo debió ser la citada ermita, como un edificio de piedra, ya que en la anterior relación no se mencionan los ladrillos, unidas por argamasa de cal y techumbre cubierta de teja, sobre la que se levantaría una pequeña espadaña donde estaba colocada la campana de la ermita. Sabemos de su existencia, por que en 1695 se registra un gasto de 10 reales por aderezar la campana de la citada ermita: “... diez reales que costó el adereço de la campana de la hermita de Nuestra Señora de los Remedios...”



La construcción de la ermita y la devoción a la Virgen de los Remedios debió ser impulsada desde la Cofradía del Santísimo Sacramento, ya que los mayordomos de dicha Cofradía asumían también el cargo de patronos de la ermita, y era la propia Cofradía quien sufragaba los gastos de cera y aceite que se consumían en la ermita, así como quien se hizo cargo de los gastos de su reconstrucción en 1678. También en los inventarios de bienes de la Cofradía aparecen siempre mezclados bienes de Nuestra Señora de los Remedios, y son sus mayordomos quienes adquieran los vestidos de la Virgen, que en el año de 1655 contaba con uno de Damasco Blanco y tres años más tarde se adquirió otro nuevo.



Por lo que respecta al momento de su desaparición, lo más lógico es pensar que debió suceder a finales del siglo XIX, pues aún en 1865 aparecen referencias a la Virgen de los Remedios, como en el testamento que hicieron Joaquín Pizarro y Águeda Rayo, en el que se señala:



“mandamos que a la Virgen de los Remedios de esta aldea, que retocamos y vestimos a nuestra costa...”





A DIOS ROGANDO …



No sospechaba Martín Lutero, monje y profesor de la Universidad de Wittenberg, lo que iba a desencadenar, cuando aquella mañana de 1517 clavó, en la puerta de la Iglesia de su ciudad, las 95 protestas en contra de la Iglesia de Roma. Ya a finales del siglo XV y principios del siglo XVI existía en Europa una profunda crisis espiritual que llevó a la población a un gran desencanto ante la actuación de clérigos y demás hombres de la Iglesia. Y es en este contexto de desaliento y dudas en el que un simple monje como Lutero, que pensaba que cada uno debería ser capaz de estudiar la Palabra de Dios por sí mismo, sin la interpretación que de la misma nos dan los Padres de la Iglesia, acaba con este monopolio y traduce la Biblia del latín al alemán, iniciando además una reforma del clero a su manera.



Estas nuevas ideas se propagaron rápidamente por los Estados Alemanes y Centroeuropa, y ante ello, la Iglesia de Roma convocará un Concilio, el Concilio de Trento, para iniciar una reforma de la Iglesia y así, dejar sin argumentos a las tesis protestantes. Es lo que se ha venido en llamar la Contrarreforma.



Para hacer cambiar de idea a las “ovejas descarriadas”, Roma buscó la ayuda del Estado más poderoso del momento, la España Imperial de Carlos V, a quien la proposición le venía como llovida del cielo, ya que así podría arremeter, con la bendición del Papa, contra los insurrectos príncipes de su Imperio Germano, quienes se habían dado prisa en abrazar las nuevas ideas que tanto molestaban al católico Carlos.



Su hijo, Felipe II, ante la creciente expansión de las nuevas tesis protestantes, cerró España a todo pensamiento e ideas que llegasen del exterior, y el ambiente religioso impulsado por las reformas de Trento impregnaron todo el país, llegando a alcanzarse, justo es decirlo, los mayores hitos del misticismo con las obras de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz.



Si ya en la Edad Media, la Iglesia dominaba el panorama social de nuestra tierra, a lo largo de la Edad Moderna, la religión ejercerá una omnipresencia en todos los aspectos de la vida, llegando incluso a ser el eje central sobre el que girará cualquier acontecimiento lúdico o festivo. Esta presencia casi total de la Iglesia en la vida social del país, se dejará notar aún más en las pequeñas aldeas y en el mundo rural, donde quedará establecida como único referente de la población que marcará cualquier acto o acontecimiento desde el mismo momento del nacimiento hasta que al individuo le llegue la hora de su último aliento. La aldea de Los Palacios de Guadalmez no va a ser una excepción y se puede llegar a afirmar que toda la vida de la misma pasará por la puerta de su Iglesia.



Así, durante el último tercio del siglo XV y el primero del siglo XVI, se va a producir una intensa misión apostólica por parte de frailes y regidores de la Orden franciscana, en toda la zona norte del Obispado cordobés, gracias al empeño de extender dicha Orden por toda la provincia mostrado por el Padre Fray Francisco de los Ángeles y Quiñones, Custodio General de Castilla, y más tarde General de la Orden Seráfica. Todo esto se produce en unos momentos en los que una ola de religiosidad florecía por toda la comarca, y fruto de estas misiones franciscanas va a ser la construcción del Convento de San Alberto del Monte, en Santa Eufemia, fundado por la Bula del Papa Julio II en septiembre de 1504, a instancias de D. Gonzalo Mejía, señor de Santa Eufemía.



Este convento, administrado y habitado por la Orden Seráfica de Menores (Franciscanos), se va a levantar sobre la ermita dedicada al mismo santo, y construida en torno a 1380 por mandato de Doña Beatriz, 3ª Señora del Condado de Santa Eufemia, sobre el mismo lugar donde, según la tradición, sufrió martirio San Alberto, y que luces extrañas, surgidas durante varias noches sobre ese lugar, llamado El Robledillo, llevó a los vecinos de dicha villa a deducir que ese era, y no otro, el sitio mismo del martirio.



Va a ser la misión apostólica y la labor extraordinaria y piadosa desarrollada por estos frailes la razón por la que los vecinos de la villa de Chillón y Almadén decidan erigir el convento de San Antonio de Padua, fundado por Fray Juan de la Puebla en 1514, extramuros de la villa de Chillón, en el mismo lugar en el que a principios del siglo XV se levantó una ermita a San Antonio como agradecimiento por el cese de una plaga de pulgón y otros insectos que había afectado de manera dramática a las viñas de la población.



Para su construcción se sacó Bula del Papa León X y licencia del Obispo de Córdoba, quedando su administración en manos de los padres franciscanos, aunque debido a la pobreza de materiales utilizados, el convento presentó ruina en 1562, por lo que Don Diego Fernández de Córdoba, III Marqués de Comares, mandó reedificarlo a expensas suyas. Atendiendo a las Relaciones de Felipe II de 1579, referentes a dicho convento, se señala:



“… y en el termino desta villa poco mas de un cuarto de legua esta cara oriente un monasterio de frailes de la Orden del Señor San Francisco en el cual continuamente hay una quincena de frailes poco más o menos entre los cuales hay predicadores, confesores y de Misa…”



Aparte de este convento de franciscanos, en 1523, un tal García Obregón funda el Beaterio de religiosas de Madre de Dios, también en Chillón, sobre el solar de la antigua ermita de Santa María de Gracia, que en 1526 pasará a convertirse en convento del Sagrado Orden de Santo Domingo de Guzmán, dado a las monjas dominicas para su gestión, aunque seguirá siendo conocido por el pueblo como el convento de Madre de Dios. Esta nueva fundación religiosa se encontraba al final de la Calle Mayor en dirección levante, y al sur se abría la puerta de la Iglesia Nueva que daba a la plazuela llamada de las monjas. Siguiendo de nuevo las Relaciones de Felipe II, por lo que respecta a este convento, se nos dice que:



“… y dentro en el pueblo está otra Iglesia que dicen de Madre de Dios donde está un monasterio de monjas de la Orden de Santo Domingo predicador y en el continuamente estan dos frailes del Orden del Señor Santo Domingo, el uno es vicario predicador y el otro es un confesor… hay cuarenta monjas profesas poco mas o menos…”



Tanto un convento como el otro, a pesar de ser empresas promovidas por nobles y personas adineradas, subsistían también gracias a la piedad y generosidad del pueblo llano, que otorgaba gran número de limosnas y cargaba sus bienes inmuebles con pesados censos. No sólo el pueblo de Chillón participaba en su mantenimiento, sino que los vecinos de la aldea de Los Palacios de Guadalmez, que siempre se sintieron muy vinculados a estos dos conventos de religiosos, aportaron su espíritu piadoso, envueltos en esa atmósfera de religiosidad imperante. Así, en 1671 vemos cómo en una venta de una casa y una viña de Francisco Rubio a Catalina Ruiz, se menciona que éstas están cargadas con un censo de 30 ducados (unos 330 reales) a favor del convento de Madre de Dios. En el año de 1677, la casa que habita María Ruiz tiene impuesto un censo de 1.100 reales a favor del convento de San Antonio y en 1721 se producen dos reconocimientos de censo, uno de Isabel de Mora y otro de Francisco Peña, cargados sobre las viviendas que habitan y que son percibidos por el convento de monjas de Madre de Dios.



Además del otorgamiento de censos, que cargaban sobre sus casas, viñas y tierras, los habitantes de la Aldea tenían también presentes a estas dos instituciones a la hora de hacer testamento, como Gaspar Romero, que en 1694 deja parte de sus bienes a los padres franciscanos del convento de San Antonio.



Pero no sólo fueron objeto de la generosidad de los guadalmiseños, sino que también tuvieron una gran influencia sobre ellos y se constituyeron en referentes de la vida religiosa de la época. Tanto era el cariño y la aceptación de su labor que incluso numerosos vecinos de Guadalmez, como es el caso de Roque Tamurejo en 1771, pedían en sus últimas voluntades que: “… luego que yo muera mi cuerpo sea amortajado en el habito de nuestro padre San Francisco…”



No hay que olvidar tampoco que muchos de los padres franciscanos se hicieron cargo de la parroquia de San Sebastián, sobre todo en el siglo XVIII, mientras el Obispo proveía de algún candidato a la plaza vacante, por lo que es normal que existiese esa estrecha relación entre los moradores de la Aldea y el convento de San Antonio, gracias al trabajo que realizaron Fray Martín de Arroyo, Fray Lucas, Fray Alonso de Uzeda, Fray Miguel de Molina, Fray Gabriel Pérez…, Fray Cayetano del Santísimo, refiriéndose a estos frailes, señala: “Es grande el trabajo de los religiosos, pues tienen la asistencia de los dos pueblos y de otros de la comarca...” . Mucho debió ser el cariño que los vecinos de la Aldea profesaban a su párroco Fray Lucas, cuando tras su muerte, en 1735, gastaron 152 reales en misas para la salvación de su alma.



A estas misiones apostólicas franciscanas se unirán a mediados del siglo XVI las visitas que el Maestro Juan de Ávila realizará por la comarca, incluido su paso por el santuario de Nuestra Señora del Castillo en torno a 1548, y la realizada por Santa Teresa de Jesús, y que tendrán continuación con los viajes de predicación realizados por el beato Fray Francisco de Posadas a finales del siglo XVII a los pueblos de Chillón, Guadalmez y Almadén.



De todo ello y de este ambiente religioso que impregnaba la más mínima realidad social de Chillón y su aldea de Guadalmez, serán frutos las vocaciones de eminentes vecinos, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, como Fray Alonso de la Cuadra, Provincial de la Santa provincia de los Ángeles en el convento de Belalcázar, Fray Pedro de la Epifanía, tenido como hombre sabio y autor de la vida de Nuestro Padre San Pedro Tomás, impresa en Sevilla en 1655, Fray Diego Serrano de Sotomayor, general de la Orden de la Merced y obispo de Solsona, Segorbe y Guadix en el siglo XVII, el misionero jesuita P. Luis Montalbán, Fray Pedro Palacios, obispo de Guadix, Fray Juan de San Jerónimo, rector en el Colegio del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en época de Felipe II, el obispo de Tortosa y Guadix, Don Diego Abel y Quintana, el Padre Fray Antonio de San Miguel, profesor en Córdoba y Sevilla y Prior de Aguilar, Fray Luis de San Jerónimo, prior en Córdoba, Sevilla y Málaga, Fray Domingo de Jesús María, Provincial, rector del Colegio del Santo Ángel y prior en Córdoba y Écija, el catedrático en la Universidad de Alcalá, Padre Pedro de Quintana, Fray Matías García Torralba, gran Prior de la Orden de Calatrava, Fray Andrés de la Ascensión, General de la Orden del Carmen Descalzo, el Padre Lorenzo de Valverde, abogado y sacerdote que ingresó en la Compañía de Jesús en 1560 en Granada , o Fray Cayetano del Santísimo y Fray Roque de los Ángeles. Todo un elenco de grandes personalidades, de reconocidas virtudes y extensos conocimientos teológicos que jugaron un importante papel en aquella sociedad que se pretendía más espiritual que material.



A partir del Concilio de Trento (1518-1563) se ordenará llevar un registro de los sacramentos de bautismo y matrimonio a todas las parroquias, lo que dará lugar a que a lo largo de esa centuria vayan surgiendo los Archivos Parroquiales. Así, la parroquia de Los Palacios de Guadalmez comenzará el suyo el año de 1596, aunque desgraciadamente este primer tomo se encuentra desaparecido en la actualidad. Conocemos su existencia gracias a un documento del siglo XVIII conservado en el Archivo de la parroquia, que señala:



“...como la partida de relaciones de Pedro Ruiz de la Calle y María Sánchez, no se halla en los libros de la parroquia, ésta, que sólo alcanzan a los años de 1596..."



La asistencia de la parroquia corría a cargo de un vicario o rector, al que ayudaba, dependiendo de las épocas, un mayordomo, un obrero de la iglesia o un sacristán, cargos que eran nombrados por el obispo de Córdoba, quién además, al principio de su mandato, solía realizar visitas a las distintas parroquias de su Obispado, como la realizada el 22 de noviembre de 1639 por D. Fray Domingo Pimentel:



“…. Prosiguiendo la visita de su obispado, pasó a visitar la parroquial en la cual hizo oración y acabada tomó capa blanca y tomando el Santísimo Sacramento que estaba en su Sagrario, en un relicario de plata y le mostró al pueblo con canto y solemnidad y la volvió a dicho Sagrario. Después en la pila bautismal visitó los Santos Oleos y dijo tres responsos. Luego tomó capa negra y después visitó los altares. Después predicó al pueblo y enseñó la doctrina cristiana y confirmó…”



O la llevada a cabo por el obispo D. Francisco de Alarcón, en el año de 1665, y en la que confirmó a varios vecinos de la localidad y de Casas de la Zarza, asentamiento que eclesiásticamente dependía de la parroquia de Guadalmez, tal y como lo refleja la anotación del Libro II del Archivo Parroquial . Pero también había visitas más regulares, efectuadas por los “visitadores” quienes cobraban un arancel por ello:



“...en la villa de Los Palacios de Guadalmez se lleva un día de procuración y de tomar las cuentas de la fábrica diez y seis reales...”



La aldea de los Palacios de Guadalmez, como parroquia perteneciente al Obispado de Córdoba, tenía derecho a asistir a los Sínodos que celebrasen los obispos, pues en ellos los diferentes Concejos podían posicionarse en temas económicos o políticos, por ello en 1648, Francisco Muñoz Pizarroso, alcalde de la aldea ese año, va a autorizar al abogado D. Fernando de Valcaçar a que acuda al Sínodo que va a celebrar en Córdoba el obispo D. Francisco Domingo Jiménez, en nombre de los vecinos de la aldea. Era importante asistir a dichos Sínodos, por que en algunos de ellos, como el celebrado en el Palacio Episcopal de Córdoba en el mes de junio de 1662, a iniciativa del obispo D. Francisco de Alarcón, se determinaba, por ejemplo, lo que la aldea de los Palacios de Guadalmez debía pagar a las arcas del obispado como primicias, o los aranceles de los derechos de visita.



El Alcaide de los Donceles y señor de Chillón percibía las tercias reales de las iglesias de su Señorío por concesión real en los siglos XV y XVI, pero además se apropió indebidamente del resto de las tercias de fábrica y de obras y de otros diezmos, lo que provocó un conflicto con el obispo de Córdoba, viéndose obligado el cabildo catedralicio a apelar ante el Papa Eugenio IV en 1442. Así, por ejemplo, vemos como a causa de este conflicto, en 1476, Juan González de Segovia, en nombre de su vicario, declara que la iglesia de Chillón únicamente poseía 8 marcos de plata, tocándole cooperar en el empréstito con la cantidad de 2.400 maravedíes, cantidad devuelta en 1479 a Diego de Pineda en nombre del Alcaide de Chillón, porque la iglesia no tenía fábrica. Con este tipo de ejemplos podemos comprobar cómo las parroquiales de Chillón y Guadalmez se van apartando un tanto de la autoridad episcopal, a lo que ayudaba no sólo su gran lejanía de la ciudad de Córdoba, sino también el progresivo proceso de señorialización que sufrió la villa y su aldea, especialmente desde la adquisición del Señorío por Diego Fernández de Córdoba en 1370.



Entre los ingresos con los que contaba la parroquia de San Sebastián, a parte del canon establecido por misas, bodas o funerales, se encontraban los 12 ducados y las 12 fanegas de trigo de “Situado” que le pagaba la Parroquia de Chillón, por ser aneja suya, y siguiendo las cuentas de gastos de la Fábrica de la Iglesia de 1690, aparecen los 2 ducados que se obtenían de una viña propiedad suya y los 4.580 maravedíes del alquiler de otra a Juan Cid, los 66 reales obtenidos en los cepillos y las sepulturas, más los intereses que producían los 7 censos a su favor de Benito Pachón, Juan García Redondo, Cristóbal García de la Gutierra, Juan López, Diego Sánchez (2) y Juan Sánchez Galindo, sumando todo ello una cantidad para el referido año de 57.180 maravedíes. Con ellos había que cubrir los gastos del salario del sacristán, que consistía en 6 fanegas de trigo, el del vicario, 4.580 maravedíes, el importe del vino y las ostias, los 192 reales en gasto de cera, los 2 ducados de lavandería, 18 reales pagados a la persona encargada de realizar el Monumento de Jueves Santo, el subsidio, los gastos de procuración, los derechos de cuentas o los 47 reales pagados al sacerdote por las 16 misas rezadas y 3 cantadas que costeaba la fábrica de la Iglesia. A ello se sumaría el salario del obrero que consistía en el 5% de los ingresos, es decir 2.859 maravedíes en 1690 . No olvidemos que la mayor parte de los gastos de las fiestas religiosas, así como el ornato de la parroquia y ermitas, corrían a cargo de las diferentes cofradías establecidas en la aldea.



A lo largo del siguiente siglo el patrimonio de la Iglesia se irá viendo acrecentado, incluso a pesar de algunas ventas como la de una viña que el obrero de la Iglesia, Jerónimo de Mora, vendió en 1718 a Sebastián Sánchez por 400 reales de vellón , gracias sobre todo a la donación de tierras y cercas, llegando a poseer a mediados del siglo XIX 11 predios con una cabida de 52 fanegas de trigo , y a la constitución de nuevas escrituras de censo que le reportarán cuantiosos intereses. En el inventario de la Iglesia realizado en 1723 se contabilizan 20 de estas escrituras con un importe de más de 2.000 reales de capital.



Otro de los fenómenos religiosos que mayor desarrollo tuvo a lo largo de los siglos XVI y XVII, fue la constitución de Capellanías, como la fundada por el “soriano” Juan Ruiz del Río, a mediados del siglo XVII, en la parroquia de Guadalmez, y a la que, por testamento, dejó ligados una serie de bienes raíces con los que hacer frente a los gastos que dicha capellanía conllevase, así como gratificar a la persona que se encargara de llevar a cabo estas últimas voluntades. Entre esos bienes figuraban:



“...- El Cercón Largo, que lindaba con la Dehesa boyal

- Las 2 cercas de la Virgen, ubicadas en las inmediaciones de la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios.

- La Cerca de la Laguna, junto a la Laguna del Ejido (hoy desaparecida) y lindando con varias viñas del Mayorazgo de la Condesa de Arce.

- La Cerca de la Cañada, que está inserta en la cerca de la Pachona.

- Una pequeña viña, junto a la viña del Carrasco que era propiedad de la Parroquia ...”



Todos estos bienes quedaban sujetos al cumplimiento de una serie de misas, que debían celebrarse por el alma del difunto y que según las Constituciones del Obispo de Alarcón: “Las misas de las nuevas capellanías han de ser, por lo menos, las rezadas a seis reales y las cantadas de a nueve...”, por lo que el resto de las rentas que estos bienes producían quedaban en manos del “capellán”, persona encargada de que los fines de la Capellanía se llevasen a cabo.



Normalmente, estos capellanes, delegaron dicha función en un administrador, que debía dar cuentas anuales al vicario de la parroquia para que fuesen anotadas en el libro que debía enseñar al Visitador o Provisor del Obispado. Dicho cargo de capellán debía ser muy apreciado, pues en 1759 se interpuso un pleito ante el Arzobispo de Toledo, entre D. Alfonso Gómez de Astorga, como padre y administrador de D. Manuel Gómez de Astorga y el Dr. D. Bernardo Cerezeda, canónigo Magistral de la Santa Iglesia Catedral de Salamanca, sobre el derecho y sucesión de la Capellanía que fundara Juan Ruiz del Río, al quedar vacante la misma por haber entrado en servicio de Su Majestad D. Manuel de Montes Astorga, su legítimo poseedor. Ante la vacante de D. Manuel se procede el 31 de enero de 1758 a elegir un nuevo capellán, y así, Diego Calvo Moyano, vicario de la Parroquia y Pedro Manzanares, alcalde de la aldea ese mismo año, van a nombrar para el cargo a Manuel Gómez de Astorga lo que llevará a D. Bernardo Cerezeda a interponer la demanda. La sentencia va a dar la razón a D. Bernardo al demostrar éste su parentesco con el fundador, pues parece ser que descendía de Doña María Ruiz del Río, única hermana del referido Juan Ruiz del Río.



Aparte de esta Capellanía fundada por Juan Ruiz del Río, varios serán los vecinos que también establezcan este tipo de legado religioso, con la esperanza de que las oraciones puedan salvarles del purgatorio alcanzando la gracia divina, y entre ellas citaremos la establecida por María García La Pachona, Andrés Martín Chamorro, Catalina Martín de Algora, Andrés Muñoz Serrano o Alonso Martín Aliseda. Todas ellas constituidas a lo largo del siglo XVII.



En algunas ocasiones, eran los propios vicarios o rectores quienes figuraban como capellanes de alguna de estas Capellanías, como será el caso de D. Lorenzo Pizarro Rayo, párroco natural de la aldea, que disfrutará desde mediados del siglo XIX de los beneficios de varias de ellas: “…También declaramos que nuestro citado hijo D. Lorenzo Pizarro, presbítero cura de esta aldea nada a ingresado en nuestra casa de sus rentas; el producto de las fincas de sus capellanías es lo poco que disfrutamos y para eso come de nuestros bienes, se le asiste y vive en nuestra casa...”



ALDEANOS Y COFRADES



La reunión, a la que habían sido llamados todos los hermanos, se convocó para el 11 de junio de 1621 en el templo parroquial de la aldea. Aquel día, con la asistencia del vicario D. Martín de Lena, el alcalde de la Hermandad, Andrés Martín Cabezón, el mayordomo, Alonso Martín Galindo, el escribano, Alonso García Trapero y la mayoría de los cofrades se tendría que dar una solución al problema que amenazaba con estrangular económicamente a la Cofradía del Santísimo Sacramento. Para poder hacer frente a los gastos que las funciones religiosas derivadas de la finalidad de la Hermandad exigían, los hermanos estaban obligados a acudir a trabajar, de forma desinteresada, en las labores agrícolas de sementera, siega y barbecho en las tierras de su propiedad, y gracias a lo cual, con la recogida de la cosecha, esos esfuerzos se convertían en maravedíes con los que poder hacer frente a cualquier tipo de gastos que se originase. Ante la desidia y falta de compromiso de una parte importante de los cofrades, se había llegado a una situación en la que no se había podido recoger pan ninguno en años anteriores. Por todo ello, en la citada reunión y por acuerdo unánime de los hermanos se tomó la decisión de imponer una multa de cien maravedíes a todos aquellos, que sin tener una ocupación forzosa, no acudieran a la llamada de las tareas agrícolas. El dinero recaudado se dedicaría a cera y misas dedicadas al Santísimo Sacramento:



“… se ordeno y acordo que por cuanto avido mucho descuido y negligencia en no acudir a el servicio desta ermandad los hermanos en lo que toca a la labor i beneficio de sementera y barbecho ha venido tiempo de no coger pan ninguno para aumento desta santa cofradía se pone de pena desde oy dicho dia a el que no acudiere a sembrar o a barbechar o a segar no teniendo ocupaçion forçosa que pague de pena çien maravedís aplicados para la çera y misas del santísimo sacramento en la cual pena consintieron todos los hermanos que se hallaron presentes…”



El origen del movimiento cofrade en la aldea de Guadalmez habría que buscarlo en los primeros años del siglo XVII. Aunque tardío va a irrumpir con tal fuerza que en una pequeña población que apenas superaba los 50 vecinos (200 habitantes) a finales del siglo XVI, se erigirán tres cofradías, la Hermandad del Santísimo Sacramento, la Cofradía del Nombre de Jesús y la de Nuestra Señora del Rosario.



La constitución de cofradías dedicadas al Nombre de Jesús van a adquirir una gran difusión en la centuria del quinientos a impulsos del Concilio de Trento, que ordenará el establecimiento de esta advocación en todas las parroquias, para así desterrar la costumbre de las blasfemias. Por lo que respecta a la Cofradía del Santísimo Sacramento, creada en un contexto de exaltación eucarística y como respuesta a la doctrina protestante, ésta será la que mayor importancia irá adquiriendo junto a la de Nuestra Señora del Rosario, que debido al arraigo popular del que gozará dicha Virgen, va a ser proclamada patrona de Guadalmez por esas fechas. Los difusores de esta advocación a la Virgen del Rosario van a ser los dominicos, quienes durante el gobierno del obispo Fray Martín de Córdoba y Mendoza (1578-1581), perteneciente a la Orden de Predicadores, animarán al establecimiento de Cofradías en la mayoría de las parroquias de la diócesis cordobesa.



Para el historiador Juan Aranda Doncel , será la familia Sánchez Rico quien esté detrás de la fundación de estas tres Cofradías y quien rija sus destinos desde su primera etapa de vida. Al frente de las Cofradías del Santísimo Sacramento y del Nombre de Jesús se encontrará Diego Sánchez Rico, y un hermano suyo, Juan Sánchez Rico, será quien dirija la de Nuestra Señora del Rosario.



Con anterioridad a la constitución de estas Hermandades, se había establecido en la ermita de la Vega de San Ildefonso, a finales del siglo XVI, una cofradía dedicada a este Santo, cuyos únicos ingresos procedían de las limosnas, y a la que muy probablemente se sintieran vinculados los vecinos de la aldea, dada su cercanía. Su primer mayordomo conocido será Sebastián Rodríguez Gil, en el año de 1590, a quien sucederá Bartolomé García de Mesa en 1592, Juan López Mellado en 1595 y Juan Martín Casasola en 1604.



En torno al año 1680 aparece mencionada una nueva Cofradía en la aldea dedicada a Nuestra Señora de Gracia, y un siglo más tarde, en 1777, existirán referencias de la Hermandad de las Benditas Ánimas, cuya función principal sería la obligación de los hermanos a la asistencia a los funerales de cada uno de los cofrades.



Según el criterio de autores como W. Ullmann, las Cofradías tendrán un origen que es necesario buscarlo en los factores propios de la psicología de la época, ya que el sentimiento de inseguridad y la falta de una protección eficaz por parte de los señores feudales y de las inclemencias meteorológicas, llevó a que el pueblo se agrupara en este tipo de instituciones ya fuera para hacer frente a los periodos de crisis, como a las enfermedades, pestes y demás calamidades que aparecieron en estos siglos. Así, el fin primordial de las mismas iría encaminado a las actividades asistenciales y caritativas. Pero instituciones con tan larga historia, se fueron desarrollando también en otros sentidos, por lo que podríamos hablar de tres funciones o características principales: su carácter social, su función motivadora del espíritu religioso y su finalidad benéfico-asistencial.



De las cinco cofradías existentes en la aldea, la más antigua parece ser que era la Hermandad del Santísimo Sacramento, que ya en 1615 contaba con la necesaria Bula de la Hermandad, siendo su mayordomo Alonso Muñoz Galindo . Creada a imagen de la constituida en Chillón a finales del siglo XVI, su administración va a correr a cargo de un Alcalde de la Hermandad, un Mayordomo y un Escribano, oficios asignados anualmente durante la reunión que en el mes de junio celebraban todos los hermanos en la Iglesia parroquial. En esa misma junta, el Alcalde y Mayordomo salientes debían justificar los gastos e ingresos que durante el año de su mandato se hubieran producido. Entre los primeros se hacía cuenta del importe de la siembra y siega de la cosecha de la Hermandad, el incienso, la cera, el aceite, la limosna, los gastos de fiestas, procesiones y misas, el alquiler del agostadero para sus reses y lo abonado al ganadero encargado de cuidarlas, y por lo que respecta a los ingresos, se declaraba lo obtenido por el arrendamiento de cercas, reses, venta de paja, limosna, réditos de los censos, cosecha y rentas del rebaño de cabras. Estos oficiales de la Hermandad solían ser a su vez patronos de la ermita de la Nuestra Señora de los Remedios y donaban la mitad de la cosecha a la Cofradía de la Virgen del Rosario, para ayudar a su mantenimiento.



De la relación de bienes entregados el 28 de febrero de 1616 a Juan Muñoz Pizarroso, como nuevo Mayordomo de la Cofradía, y entre los que se mencionaban una serie de ropajes sacerdotales y utensilios litúrgicos, así como un utrero y 4.460 maravedíes , a los enumerados ante el vicario D. Alfonso Navarro el 21 de junio de 1723, va a distar un abismo, que refleja el importante crecimiento económico experimentado por la Cofradía en un siglo. En este inventario se habla ya de un rebaño de 156 cabras, una escritura de censo de 40 ducados y otra de 301 reales, un quiñón de tierra en el Morrio, una custodia de plata, un buey, dos vacas, seis novillos y dos eralas además de un mayor número de ornamentos para la liturgia.



Como si de un vecino más se tratara, la cofradía también entraba en el reparto de las suertes de tierra de la Vega de Valdesapos, que anualmente se hacía entre los habitantes de la aldea, aparte de poseer ella misma terrenos propios. Para el cultivo de estas tierras, los hermanos de la Cofradía dedicaban parte de su tiempo, de forma desinteresada, en sembrarlas y segarlas para beneficio de la misma. Dicha práctica está documentada con anterioridad a 1621 y a partir de 1634, la propia Hermandad corría con los gastos de comida y bebida de los generosos labradores por si la pena de 100 maravedíes impuesta al hermano que no acudiera no fuera lo suficientemente motivadora. Así, ese mismo año se anota un cargo de 3 reales por media arroba de vino que se gastó el día de la siembra en la suerte, 17 reales y medio de carne y vino para dar de comer a los segadores o los 9 reales y 12 maravedíes que importó el vino y el incienso para el día de la trilla . Estos gastos irán en aumento como se puede apreciar en las cuentas de la Cofradía de 1682 donde se menciona un cargo de 34 reales y medio en pan y vino el día de la trilla y la siega, 56 reales y 10 maravedíes en la siega y la cebada de la suerte, 57 reales en dar de comer a la gente que fue a sembrar y 12 reales en el barbecho . Con el transcurso de los años, estas tareas agrícolas se irán asemejando más a una especie de fiesta campera o “Comilona”, pues en 1736 y como gastos el día de la sementera aparecerán 33 reales por un macho cabrío, la misma cantidad por tres arrobas de vino, 7 reales de siete libras de queso o 10 reales por tocino, berzas y aderezo de la comida, siendo muy similar los gastos ocasionados el día de la siega: 22 reales de una cabra, 45 reales y medio por tres arrobas de vino, 7 reales de siete libras de queso y los 10 reales que importó el tocino, las berzas y los condimentos.



Con la venta del trigo y cebada recogidos en cada cosecha, el alquiler del rebaño de cabras a 2 reales por cabeza, el arrendamiento de la cerca de la Hermandad, la limosna que se pedía los domingos por las calles, la venta de la paja sobrante de la cosecha, el arrendamiento y venta de reses o los dividendos aportados por los censos, los beneficios obtenidos por la Cofradía hacían de ella la institución más poderosa y rica de la aldea, y será por tanto ella quien costeará los 780 reales que importó la realización del retablo para el altar mayor o los 950 reales de vellón que supuso el dorado del mismo retablo en 1691. Tal era su capacidad económica, que incluso se podía permitir la compra de terrenos, como la cerca que en 1673 compró Sebastián Rubio, mayordomo de la Hermandad por esas fechas, a Francisco García Carrelero por 385 reales.



Pero, si lúdico resultaba el trabajo en el campo para la cosecha de la Cofradía o hermosa la ornamentación del retablo mayor, la principal finalidad de la Hermandad era la organización de la fiesta del Corpus y de su Octava. A ellas se dedicaba todo el esfuerzo y tesón de sus componentes como método de exaltación de la Sagrada Forma.



La fiesta del Corpus comenzaba con el llamamiento, por parte del Alcalde de la Hermandad y el Mayordomo, del resto de hermanos de la misma, para acudir a la Santa Misa, en una iglesia engalanada para la ocasión con ramos y juncias . En dicho llamamiento solían participar un grupo de hermanos, ataviados de soldados, que junto a un abanderado, recorrían las calles de la aldea a golpe de matracas y arcabuces. Así se recoge en el libro de Cuentas de la Cofradía para el año de 1649: “… mas da por descargo 20 reales que gastó de pólvora para los soldados que salieron el día del Señor…”, y en años sucesivos, como en 1651: “…nueve reales y medio de dos libras de pólvora que se gastaron el dia del Corpus…” . Terminada la Misa, se sacaba la custodia de plata, propiedad de la Cofradía, y adornada con cintas de colores , bajo un palio de paño encarnado y un manto de tela de plata , en solemne procesión. Precediendo a Cristo Sacramentado, iniciaba la comitiva un miembro de la Hermandad, con el estandarte de la misma, al que seguían una serie de danzantes que bailaban de cara a la custodia, junto al grupo de hermanos ataviados de soldados precedidos por un abanderado. Según se desprende de las cuentas de la Cofradía, estos danzantes solían ser gitanas y negrillos: “… 17 reales que se gastaron en colaçion con gitanas y negrillos el dia del Señor…” , “…16 reales que se gastó en colaçion con gitanas dançantes dia del Señor de seisçientos y quarenta y seis…” , y dichas danzas se acompañaban con la música de guitarras y vihuelas.



Por la tarde se llevaba a cabo una comedia, que a modo de auto sacramental, debía representar la vida de algún santo, y que era puesta en escena por alguna de las numerosas compañías de comediantes que por aquella época transitaban por los caminos de España. La realización de dicha comedia está documentada desde el año de 1627: “… de sacar la comedia, 6 reales, mas gaste de dar de comer a los comediantes 9 reales, de vino 5 reales, de pan 3 reales, de garbanzos 3 reales y de pastillas 3 reales…” .



La cofradía se encargaba por tanto de pagar todos los gastos de la Ceremonia, así como de dar de comer a los danzantes, soldados y comediantes, que participaban en la misma:



“… 18 reales y 20 maravedíes de vino y carne y otras cosas para dar de comer a los dichos dançantes dia del Señor y Domingo del Santisimo…”



“… 19 reales y medio de dar de comer a los comediantes y dançantes el dia del Corpus…”



“… 25 reales de la colaçion de el dia del Señor con gitanos, soldados i bandera…”



“…36 reales que gasto en combite con soldados y gitanas y dançantes y llevar y traer la bandera…”



En su política de extender la fiesta, la Cofradía no sólo se limitará a pagar la comida de los sujetos intervinientes, sino que a partir de 1678, y con un aumento considerable de gastos, también dará de comer a todos los hermanos de la misma y al resto de vecinos de la aldea. La misma práctica culinaria se repetirá el día de la Octava o Domingo del Santísimo Sacramento.



Estas comidas, tan graciosamente ofrecidas por la Hermandad, solían estar compuestas, principalmente, por carne, aderezada con pimienta y jengibre, pan y vino, así como garbanzos tostados, manjares a los que debía añadirse una especie de dulces que realizaban con harina, huevos, confitura, guindas, miel, mata la uva, canela y ajonjolí, tal y como se detalla en las cuentas de gastos de los Mayordomos:



Año de 1674:

“… 8 reales de un celemín de garbanzos para el día del Corpus.

37 reales y medio en dos arrobas de vino para el Corpus.

17 cuartillos de miel a 13 cuartos el cuartillo, que importan 26 reales.

12 reales que se gastaron en especias para el dicho gasto.

Más 9 reales y medio de huevos para el dicho día.

De pan 6 reales.

14 reales y medio de aceitte para dicho gasto…”



Año de 1677:

“…10 reales de pimienta y jengibre.

11 reales y medio de mata la uva y canela y ajonjolí.

9 reales de 3 celemines de harina.

12 reales de 16 panes.

12 reales de huevos…”



Año de 1679:

“… 22 reales de huevos y especias.

10 reales de 4 celemines y medio de harina.

25 reales de 3 libras y media de confitura a razón de 7 reales y 6 maravedíes.

2 cuartos de arroba de aceite para hacer colaciones.

5 reales de 10 libras de guindas.

48 reales de tres arrobas y media de vino para el día del Señor…”



Pero no sólo corría por cuenta del patrimonio de la Hermandad del Santísimo Sacramento los gastos ocasionados con motivo del día del Corpus o su Octava, sino que también otras fiestas eran sufragadas por estos cofrades, como el día de San Sebastián, patrón de la parroquia y por el que se hacía procesión y se quemaba pólvora, Santa Brígida y la Purificación.



Por todo lo expuesto, la Hermandad del Santísimo Sacramento se fue constituyendo como la principal institución benéfico-religiosa y festiva de la aldea, extendiendo su existencia durante más de dos siglos, desde principios del siglo XVII hasta entrado el siglo XIX, siendo el 17 de abril de 1801 la última fecha que aporta un dato sobre su continuidad, un censo de 210 reales a su favor cargado sobre una cerca de Ana Caballero.



Aparte de ella, y como se mencionó al comienzo de este capítulo existieron otras cuatro Cofradías más, de las cuales, las dos de carácter mariano, la Cofradía de Nuestra Señora de Gracia y la de Nuestra Señora del Rosario, serán las que mayor implantación tengan en estos siglos, tras la del Santísimo Sacramento, mientras que las dos restantes, la Cofradía de Las Benditas Ánimas y la del Nombre de Jesús, apenas tuvieron seguimiento.



De la Cofradía de Nuestra Señora de Gracia tenemos referencias desde el año 1680 y tenía también su asiento en la Iglesia Parroquial, donde se custodiaba la imagen de la virgen. Esta Cofradía obtenía las rentas para hacer frente a los gastos a través de censos y del alquiler del ganado, pues poseía 200 cabras que arrendaba a 2 reales cada una. En el inventario que se realizó en 1723 sobre los bienes de la Cofradía habría que destacar entre los numerosos objetos de plata que atesoraba, dos coronas de plata para la virgen y el niño, y un arca grande donde se guardaba la ropa de la imagen, compuesta por dos vestidos de raso encarnados, otro vestido encarnado y blanco, un manto de raso azul, un vestidito del niño, una toca de seda, una toca de encajes y un velo de diferentes colores.



En relación a la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, los primeros datos que conocemos de ella son también de 1680, y al igual que la anterior se asentaba en la Parroquial de la aldea. El altar de la Virgen del Rosario era un lugar bastante solicitado como enterramiento tal y como lo atestigua Roque Tamurejo en su testamento, fechado el 28 de enero de 1771: “...luego que yo muera, mi cuerpo sea amortajado en el hábito de Nuestro Padre San Francisco enterrado en la Iglesia Parroquial de este Lugar... y en el tramo más inmediato al altar de Nuestra Señora del Rosario, estando desocupada la sepultura de mi madre, sea en ella o en la más inmediata...” , lo que demuestra la gran devoción que esta virgen ha tenido desde siempre en la aldea. Al carecer de bienes, la Hermandad del Santísimo Sacramento le entregaba la mitad de su cosecha de trigo para que pudiera hacer frente a los diferentes gastos que se ocasionaran.



Finalmente, este auge de las Cofradías populares se va a ir truncando a finales del siglo XVIII, pues en muchos lugares y aldeas, de entidad religioso-benéfica se habían transformado en auténticas asociaciones festivas, que esconderían bajo la apariencia religiosa el verdadero móvil que reunía a los cofrades en semifraternidad pagana de banquetes y libraciones al abrigo de fiestas y romerías. Esta nueva dirección tomada por las mencionadas instituciones se va a ver claramente reflejada en la Cofradía del Santísimo Sacramento de Guadalmez, en la que los gastos realizados en los banquetes por las “Fiestas del Señor” aumentarán de forma escandalosa, en comparación con la exigua población de la aldea, pasando de los tímidos 29 reales gastados en 1627 en el día del Corpus, a los 106 reales del año 1674 o los 250 de 1678.



Sobre todo ello y su nuevo carácter lúdico, se va a centrar las críticas de los ilustrados, como Aranda, Campomanes o Jovellanos, por lo cual, aunque la desaparición de la mayoría de estas Hermandades y la venta de sus bienes no se produzca hasta las desamortizaciones decimonónicas, en los últimos años del siglo XVIII, y debido a esas críticas, se puede afirmar que ya han entrado en decadencia y muchas de ellas comenzarán a desaparecer.



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